Salarios mínimos

En mi primer curso de macro economía me encontré con que, al igual que con los sindicatos, el establecimiento de un salario mínimo generaría desempleo (i.e. una situación en la que existirían personas que desearían trabajar pero que no podrían conseguir un trabajo).

En pocas palabras, el clásico análisis microeconómico propone que las leyes del mercado interactúan para que la demanda y la oferta se igualen y se establezca el famoso equilibrio. En ese punto el precio es robusto a cualquier decisión de los agentes, todos pueden vender y comprar cuanto quieran y no podrían existir desequilibrios persistentes. Llegado el caso en que el precio se corriera de los márgenes estipulados por el mercado no pasaría mucho tiempo para que todo volviese a su posición estable original.

A ese precio la cantidad ofrecida coincide con la cantidad demandada y nadie queda insatisfecho: los consumidores y oferentes demandaron y ofrecieron todo lo que deseaban.

Si se extrapola este análisis al mercado laboral tenemos a los siguientes protagonistas: por un lado oferentes de trabajo (trabajadores) y por otra parte demandantes de trabajo (empresas) (Nota al margen: esta distinción es importante, se suele ver en la discusiones actuales a muchos periodistas y analistas económicos confundir entre oferta y demanda en el mercado laboral y muchas veces no se entiende de qué están hablando. En este caso, como se suele hacer en la teoría, demanda la empresa y ofrece el potencial trabajador – la mercancía es la mano de obra). En vez de tener al precio como variable tenemos al salario y en vez de la cantidad de ese bien la cantidad de trabajadores.

En equilibrio surge un salario en el cuál nadie queda desempleado. No confundamos, queda gente sin trabajar pero son agentes que no quieren hacerlo a ese salario (a ese nivel de salarios los que no trabajan prefieren quedarse en casa, dado el “salario bajo”).

Sigamos.

Si se mete el gobierno a imponer un salario mínimo (supongamos que se cree que los salarios son muy bajos y que es necesario intervenir) se generaría un aumento artificial del salario que provocaría que más agentes deseen trabajar pero, puesto que la demanda de trabajo no cambió, a salarios más altos se puede contratar menos que antes por lo que la ecuación es sencilla: menos demanda de trabajadores y más trabajadores dispuestos a trabajar, lo que deriva en desempleo.

Este debe ser uno de los primeros resultados que surgen en un curso básico de economía laboral. Y es fuerte. No obstante, se han publicado diversas investigaciones que han indagado acerca de esta propuesta teórica con las siguientes conclusiones.

Los salarios mínimos no son solo una intervención exógena de un actor llamado Estado. Según lo que estudiaron Bosch y Manacorda en el año 2008 para analizar la distribución del ingreso en México y la evolución de los salarios, los salarios mínimos son una gran herramienta de señalización y referencia. Esto es, la evolución del salario mínimo tiene impacto directo en la determinación de salarios en diversos sectores. En particular, lo que los autores proponen, es que gran parte del deterioro en la distribución del ingreso en México fue a causa del deterioro que sufrió el salario real. En contraste con la visión de que los salarios mínimos son una herramienta inefectiva en términos redistributivos en países en desarrollo, los autores encuentran un gran vínculo entre su evolución y la desigualdad en la parte inferior de la distribución del ingreso y se puede observar que gran parte de los salarios están indexados a la evolución del salario mínimos (los efectos alcanzan hasta, por lo menos, la mediana).

Bell (1997) afirmó también que los salarios mínimos creaban un piso de distribución de salarios que afectaba a todos los trabajadores de la economía, tantos formales como informales. Castellanos (2004) relaciona grandes aumentos en los salarios a grandes incrementos en los salarios mínimos de las economías.

En un paper aún más polémico, Card y Krueger (1994) analizan los efectos de un aumento del salario mínimo en cadenas de comida rápida. Los resultados son muy fuertes: en los Estados donde el salario mínimo aumentó, el empleo también lo hizo (los autores controlan por distintos factores que podrían estar causando la diferencia y siguen obteniendo los resultados).

El último trabajo citado es de lectura recomendada y a su alrededor giraron numerosas discusiones. Los resultados que observamos no se estarían adaptando a la teoría (¿o debería ser al revés?). Por qué sucede tiene varias respuestas plausibles.

La interacción que vemos entre la oferta y demanda en el modelo neo clásico puede estar sobre simplificando los supuestos sobre el mercado laboral, en el sentido de que no permite una heterogeneidad de salarios entre sectores o no añade cuestiones referidas a la señalización ni habilita a estudiar una posible rigidez de precios y salarios.

Los supuestos en economía son necesarios, como en toda ciencia, para poder identificar el problema que nos interesa. Al respecto existe una larga discusión epistemológica que en algunas semanas abarcaremos. Es entendible que se empleen para poder explicar las dinámicas que girarían alrededor de una introducción de un salario mínimo. Aún así, nos debemos preguntar hasta qué punto estas dinámicas se pueden llegar a dar en lo empírico.

En conclusión, la utilización de los salarios mínimos tiene implicancias aún mayores que las que uno podría, a priori, predecir con un modelo de demanda y oferta clásico. La discusión de una política semejante no puede resignar la incidencia de otras variables, como la heterogeneidad de los actores o la influencia de otras políticas laborales.

Referencias:

Card, D., & Krueger, A. B. (1993). Minimum wages and employment: A case study of the fast food industry in New Jersey and Pennsylvania (No. w4509). National Bureau of Economic Research.

Bell, L. A. (1997). The impact of minimum wages in Mexico and Colombia.Journal of labor Economics15(S3), S102-S135.

Bosch, M., & Manacorda, M. (2008). Minimum wages and earnings inequality in urban Mexico. Revisiting the evidence. Centre for Economic Performance, London School of Economics and Political Science.

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