Agentes racionales y maximización de utilidad: el caso del Juego del Ultimátum.

Los modelos económicos estándar suponen que los agentes son racionales y que maximizan las funciones de utilidad. Es decir, si yo tengo para consumir una cierta cantidad de bienes, dadas mis preferencias, los precios y el dinero disponible, voy a elegir la canasta de consumo que me haga más feliz (es decir, aquella que contenga más asados y menos dentista).

Los agentes económicos (o sea, vos, tu tía, el chico de la parada del bondi que te encantó, entre otros) estarían enfrentando todo el tiempo problemas de maximización de utilidad, donde se optaría por aquello que nos reporte mayor bienestar y felicidad según lo que esté disponible. En esta lógica entra una concepción polémica: somos egoístas – somos el homo economicus.

¿O sea que no nos importa nada lo que le pase al otro? No tan rápido, teoría económica.

Desde 1982, con el trabajo pionero de Güth y otros (1982), se empezaron a replicar unos jueguitos experimentales dado que los resultados no eran los esperados y sobretodo, eran atrevidos (por eso las réplicas). Se trató del Juego del Ultimatum.

Es muy sencillo, agarran en las universidades a estudiantes que están cansados de comer fideos con manteca y los agrupan de a dos (ninguno sabe contra quién se enfrenta, ni su nombre ni su cara y sí, la plata efectivamente se la quedan). A uno se le da 10 pesos (más o menos) y se le dice que tiene que repartirlo entre él y su par. Es decir, el que tiene la plata tiene que hacer una propuesta del tipo “de estos 10 pesos te doy tantos a vos y el resto me lo quedo yo”. La otra persona tiene dos opciones: acepta la oferta y cada uno se va con los pesitos correspondientes a comprar una salsa bolognesa o rechaza la oferta y los dos se quedan sin nada.

Si se modelara esta situación y se pensara en una función de utilidad donde más plata es mejor que menos (no parece ilógico) tendríamos que el que ofrece tiene incentivos a darle muuuuy poquito al otro, dado que aunque sea una mínima parte, una mínima parte sigue siendo mejor que nada y la acepta va a hacer aceptada. Es decir, “9 pesos para mí y uno para vos, ¿aceptas?”, mientras que el otro piensa “guacho… bueno, 1 peso es mejor que 0, ¿no?” y responde “dale dale…” mientras sigue pensando “te aprovechaste, maleducado”.

Pero no.

No solo que las ofertas son generosas (casi la mitad) sino que si no es generosa la otra persona no acepta. Entonces, ¿qué está pasando? ¿Por qué hay generosidad por parte del que ofrece? ¿Oh, no somos egoístas y tal vez en nuestra función de utilidad nos importe que pasa con el otro?

Y del otro lado, ¿por qué si tiene la posibilidad de hacer unos pesos, si es una oferta menor al 30% por lo general no la acepta? ¿Es una cuestión de orgullo, de hacerle saber al otro que se aprovechó de la situación, de intentar educarlo o retarlo?

Con estos experimentos los investigadores se llenaron ya saben qué de preguntas. Es que no podía ser.

Lo hicieron en países donde los dólares tenían un gran poder adquisitivo e igualmente, si la oferta era mala, la otra persona rechazaba y el que ofrecía también seguía siendo “generoso”.

Se preguntaron, entonces, si habría diferencia entre país y país. Existieron intentos de realizar los experimentos en distintas ciudades, pero el problema surgió cuando algunas investigaciones decían que la tasa de rechazo era mayor en Japón que en Estados Unidos y otros todo lo contrario (cada trabajo estaba comparando ciudad contra ciudad y a su vez los autores elegían distintas ciudades, de allí las diferencias).

La mejor forma de testear este tipo de diferencias culturales es haciendo el mismo experimento en muchos países y ciudades y analizar si la diferencia entre países es significativamente distinta a las diferencias encontradas entre las ciudades de cada país.

Los experimentos se realizaron una y otra vez, con estudiantes de economía y sin ellos (no hay diferencias a pesar de su noción de función de utilidad y teoría de juegos) o jugándolo una sola vez o repetidas veces (cuando se juega más de una vez, siempre uniendo a distintas personas, el que propone suele comenzar a ofrecer más al querer asegurar en cada instancia su porción de plata aunque otras veces sucede lo contrario y ofrecen menos, como si fueran cazándole la onda al jueguito).

En el 2003 se publicó un trabajo con los resultados de más de 32 experimentos que reunían cierta similitud y que respetaban la forma tradicional del juego. En promedio se ofrece un 40% de la plata, teniendo casos mínimos del 26% y máximos del 58% (¡le da más al otro que a él!). LA tasa de rechazo está en el 16%, teniendo picos del 40%.

Los resultados no indican diferencias en los comportamientos de los que proponen aunque sí en los que deciden si aceptar o no. Los jugadores de Asia, por ejemplo, rechazan más que los de Estados Unidos.

Controlando por región, país y lo que los dólares representan en cuanto a poder adquisitivo, se analizaron los efectos encontrados en los trabajos citados con respecto a aumentar la cantidad de plata que se tiene que dividir. Si la torta aumenta, baja la tasa de rechazo como así también la proporción ofrecida aunque en poca magnitud (se ponen un poco más egoístas pero no tanto y el que acepta comienza a decir “sí, fuiste malo, pero dale acepto”).

Y hoy en día, ya no se hacen más. Los hicieron una y otra vez (hay trabajos para tirar pa´ arriba) y los resultados, sí, podrán mostrar diferencias en cuestiones tales como “si jugamos el juego más de una vez” o si “vemos la cara del otro” o si “hay un poquito más de plata en juego”, pero la cuestión es que el juego del ultimátum puso patas para arriba a muchos conceptos de la economía estándar.

O somos pésimos maximizando funciones de utilidad, o somos muy irracionales, o tal vez tengamos algo más que nuestro propio bienestar dentro de la felicidad general.

Podemos discutir, pero a la hora de repartir, no somos tan tan malos. Y si lo somos, nos retan.

Referencias:

Oosterbeek, H., Sloof, R., & Van De Kuilen, G. (2004). Cultural differences in ultimatum game experiments: Evidence from a meta-analysis. Experimental Economics, 7(2), 171-188.

Güth, W., Schmittberger, R., & Schwarze, B. (1982). An experimental analysis of ultimatum bargaining. Journal of economic behavior & organization, 3(4), 367-388.

 

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